Quien no pudo ser tu compañero tan gentil
ni el son de la sorpresa que soñando sobrecoge,
genuino amado nervo rutilando y perentorio
un día tristemente debe digno perecer.
Dejar de ser amargo cuchitril que no se llena,
pesar que en tu regazo no halló lumbre ni calor,
aliento de hoja seca que se huele como pena
y tonto que se aleja porque nunca supo a amor.
Se dice que hay un químico milagro cobertizo,
un hálito que inunda el corazón de la mujer:
le brotan en el vientre inundaciones y conflictos
y veinte nubes nuevas que la obligan a querer.
Yo nunca pude hallarlo: lo buscaba como adicto.
Canjeaba siete besos a unas brujas de cité
por un solo brebaje que colmara mi botella,
pero cuando lo tuve no quisístelo beber.
Y ahora que no fui tu compañero rutilante,
navego tristemente con mi elixir por el mar.
Aquél que lo ha tomado arde en deseos y no duerme,
pero aunque lo quisiera no consigue enamorar.