24 de noviembre de 2018

CMLIV.- Uruapan de cada día




Hace algunos años me enamoré perdidamente de una mexicana bellísima. Ha sido acaso mi único amor a distancia. Creo que hasta fue recíproco. Un sueño hermoso que viví como una bendición, y lo fue. 

Todo comenzó en Valparaíso.

La conocí como habitual comentarista de este Blog. Decía admirar lo que escribía y, en ese entonces, escribía mucho. De pronto comenzamos a platicar, como decía ella, desde mi pantalla hacia México y desde la suya hacia acá: vi como íbamos, así lentamente, uniendo nuestros corazones. Creo que en algún momento imaginé que iba a Michoacán a conocerla y a consumar eso que en un comienzo fue nada más que un delirio. Siempre lo fue. Decidí partir.

Me fui a vivir a Arica, la ciudad chilena más cercana a México. Viví allí la soledad más absoluta, salvo por su presencia diaria en mi vida. Nos contábamos cada eposidio, todo lo que a cada uno le ocurría, nos enviábamos encomiendas con cartas y obsequios hermosos, muchos de los cuales aún conservo, y nos llamábamos por teléfono, para sostener por breves instantes un suspiro infinito.

Ocupó un espacio inmenso en mi poesía, en mi vida y en mis sueños. Y fue un sueño de verdad, como debe ser la verdad de los sueños.

La llamé Sinforosita, Mariposa, Kalú, Valanita y compuse una cantidad enorme de canciones por ella, para ella y con ella.

Apenas llevaba un par de meses en Arica y me dijo un día que era Testigo de Jehová. La fe había ocupado desde el comienzo un sitio predilecto en nuestro diálogo. Acaso lo volvía más dulce, de modo que el tema de Jesús era recurrente.

Perdido en su delicia, comencé a visitar el Salón del Reino más cercano a mi casa en la ciudad; estudié la traducción de la Biblia que los testigos ocupan, me hice de una voluminosa biblioteca de libros impresos por la Watch Tower y pasamos a ser hermanos. Nuestro vínculo sufrió un cambio ostensible desde ese día y me hizo saber que, en tanto lo tenía prohibido, debía ser nuestro secreto.

Tan enamorado estaba, que acepté todo lo que implicaba amar a una hermanita y creía realmente en su doctrina. Mi capacidad crítica se embotó y el carisma de su fe me subyugó por completo.

Considerar que Jesús era el hijo, pero no Dios, que no había muerto en una Cruz sino clavado en un madero recto, con un solo clavo que atravesó sus dos manos superpuestas, que la predicación era una obligación indefectible para todo miembro y que debía separarme del mundo, ante su inminente fin, llegaron a ser creencias, reglas y actitudes que estuve dispuesto a aceptar seriamente.

Y como un esclavo, rechacé amantes, me encerré en mí mismo y en su existencia, le hable a mis padres y a algunos amigos de lo que me ocurría, e incluso asistí a una suerte de asamblea general, en el estadio Tierra de Campeones. Mi papá me llevaba, a veces, a esas misteriosas reuniones en los Salones y entendió plenamente lo que ella significó para mí. Fue un acontecimiento inexplicable en mi vida, que él conoció en la intimidad y que nunca cuestionó.

Como sea, aprendí muchísimo del cristianismo gracias a ella y comprendí lo importante que es la Biblia para todo cristiano. La amé con todo mi corazón.

Finalmente, una mañana de enero, me confesó que tenía un novio desde hacía algún tiempo. Luego, que estaba embarazada y, al cabo, que debía casarse con él e interrumpir todo contacto conmigo.

Si bien tales contactos no desaparecieron del todo, fueron cada vez más esporádicos y la desilusión me alejó inevitablemente de todo lo que ella llegó a implicar para mi cotidiana existencia.

Aún así, la seguí como un ciego durante varios años.

Amé intensamente, aunque no sé si a ella o a esa mujer que llegué a conocer a la distancia, un ser ficticio, la platónica sombra que puede atisbarse por un tonto encadenado, desde su caverna. Pero tal como un día me invadió, de pronto desapareció y terminé cantándole: "Ese loco, bello amor cambió de signo. Su Cantar de los Cantares una noche calló, y me quedé con la Primera de Corintios".

Descubrí al tiempo que había estado durante varios años perdidamente enamorado de una mujer acaso desconocida, a la que nunca había visto en mi vida -solo en fotos de internet- y a quien nunca veré probablemente; una persona encantadora y bellísima, que era Testigo de Jehová, que estaba casada y que tenía prohibido hablarme siquiera. 

Finalmente caí en la cuenta de que había sido bloqueado en todos los sitios y lugares por donde hubiese podido saber de su vida. Entonces, le envié varios mensajes a su casilla secreta, porque temí algo espantoso. México es un país atribulado por la violencia y la muerte, y sabía que su marido había sido hostigado y amenazado por unos comerciantes mafiosos.

Su silencio me aterraba.

Hace pocos días me escribió, para decirme que cualquier contacto significaba para ella la muerte de su matrimonio. Fue como despertar de un puñetazo, el golpe final para mi total admiración hacia su persona y para el encanto apacible y mágico de todos los recuerdos que había guardado acerca de aquel extraño y tierno amor en mi corazón. Creía caminar hacia la Verdad, hasta que supe la verdad.

Nunca más volví a entrar a un Salón del Reino, me deshice con despecho de todos los libros que había atesorado durante tanto tiempo, mas siento todavía una benévola admiración o acaso una tibia compasión por los testigos: rara simpatía, que tiene su origen en el paulino recuerdo que aún vive en mis ojos, luego de tamaña aventura, naturalmente.


Fue un sueño hermoso, un falso sueño hermoso, como son todos los sueños. Aunque éste sí lo fue, real y hermoso, tan falso como los sueños, tan real como el amor, y tan hermoso.

23 de noviembre de 2018

CMLIII.- Luciérnaga Música Extraña



Coqueta y benévola sombra,
aureola de la llave del sol, 
me impresionas amistosamente
con Shostacovich y la nieve inmortal 
o la leucemia de Bartók en microcosmos,
y en la Hungría campesina, frugal.

Divina paciencia del silencio 
y la armonía y la matraca y el compás, 
libélula perfecta y planaria del tambor intermitente y pegajosa que medito
en las noches, melodía teatral.

Eres mi destino, eres mi niñez,
eres el No quiero de mi Padre 
el Do de pecho en la Piedra Feliz. 

Yo soy el Si del pasaje Templeman
y el amor de mi romántico placer
que solo Dios oyó desnudo una tarde
en la eterna Sebastiana de mi amor.

Luciernaga bella colibrí,
cuculina serpentina mirasol,
Amadeus, Scriabin y Arvo Pärt,
fuego Mahler, Paganini y Korsakov, 
remolino de materia incontenible,
penitente acontecer del viento,
contrapunto de los fuegos del alma.

Mi más maravillosamente mía letanía
catedral de los efluvios vegetales,
luminosa sucesión de pinceladas,
repentina comezón que me atrapaba
en los oscuros escenarios del adiós,
tenebrosa en acordeones y vertientes,
cariñosa plenitud del cielo libre,
y en los campos de frambuesa para siempre,
siento pena y cobardía y alegría y calderón.

CMLII.- Camisonámbulo



No duermo.
No logro cerrar los ojos 
en la clara juventud de la noche perfecta. 

Hasta el oro que el gorrión gorjea y madruga 
no brilla entre las nubes de la fría tiniebla 
ni me invita a caminar por la casa callada. 
No duermo nunca. 

La noche me acompaña toda la noche 
y palpita un refugio de luciérnagas. 

El grillo que menea su violín delincuente
espera la llegada de mi Blancanieves.
El alba mentirosa que espero fumar, 
el libro pasajero de Hegel 
que tampoco todavía se duerme, 
la furia que se esconde pestilente
en lo máximo profundo de mi linfa muerte, 
el madero que separa las hojas de una biblia
pastoral y juvenil que marcaba la luna 
en mi bella cantata, 
en la primera de corintios, 
justo donde llora el canto signo del amor.

Lo sublime que no puedo dormir.

No duermo esta noche y me ronda
una taza de café 
como un grano de mostaza,
y mañana me verán dormido, 
exactamente digo cuando todos se van, 
y las setas se aproximan a mi nombre 
que no sueña cantimploras y mis ojos
se cierran amistosos cuando Pedro niega
y la luz de las ciudades no conocen mi dolor.

21 de noviembre de 2018

CMLI.- Orbitacoral



La NASA descubre el planeta. 
Nos vamos en una sola nave
con diez mil millones de seres,
para nunca más volver. 

A una fracción bien cercana, 
pero no tanto como un rayo de luz, 
en veinticinco años, y semanas,
orbitamos su hermoso sol azul. 

Nadie nos esperaba al llegar
y la mitad veníamos armados, 
por si las moscas, y asustados.
Nos recibieron bastante bien. 

Es que nadie, ni siquiera las moscas 
sentían algo parecido al pánico,
y había confines más que suficientes
para millones de seres orgánicos.

No logramos descubrir en nadie
las más remotas ni terrícolas ganas 
de codicia ni pasión cercana 
o parecida a la pulsión por el poder. 

¡Digo nosotros! ¿Y nosotros qué?
Otros esa luz hallarán un día
y sus nietos acaso llamarán después
celeste al sol, pero no todavía.

Arrojamos colorados nuestras armas 
a la deriva, casi en órbita a la tierra,
y por fin nos dispusimos en paz a ser 
sosegada y lentamente humanos.

12 de noviembre de 2018

CML.- Margarita



Cree tener el plato más blanco, las manos aseadas y el alma fecunda, dónde cabe toda la misericordia humana. Y lo eleva temerosa por un mendrugo de fe en la existencia, en la caridad luminosa y en el corazón de los demás. Sus ojos navegan en mares infinitos y alcanzan el brillo de un horizonte rebosante de vida que colma su ser. Nadie la ve. Ninguno le da. Solo el silencio que quiere apagarla. Nada más que gentes que vienen y van. Levanta sus brazos hacia el cielo de la tarde y florece en su boca la dicha que no está. Pasan los días y todo se le ha negado. Vuelve por la noche y su alimento es un gato, un viejo dormido y una manta sucia bajo el puente de todos los niños del tiempo.

10 de noviembre de 2018

CMXLIX.- Cuculisto


No quiero ser abogado,
porque soy artista.
Pensar, filosofar
y ser cantautor, ser escritor.

Por fin caí en la cuenta
que para eso nací.
Por eso vine al mundo.
Para ser lo que soy.

¿Tengo la vida hecha
de rieles y cargos,
de cargas y deudas?
No soy un maniquí.

Me saco el arnés
y cuelgo mi camisa.
La espuma me da risa:
me moja los pies.

1 de noviembre de 2018

CMXLVIII.- Con mi espada, mi desvelo



Esta noche he visto un acordeón muy viejo,
negro y destruido, pero suena igual:
basta con tocarlo y se despierta riendo.
Voy a hacer el himno de su ferrea dignidad.

Me enfermé cayendo aquí en el mismo sitio.
Fui como una lágrima que nadie iba a llorar.
No he luchado mucho por lo que más quiero. 
Me rendí de nuevo y con la misma tempestad. 

Tengo la vergüenza de decir lo siento
y esta larga angustia que jamás se va. 
Quiero levantarme, caminar valiente
y siento que no puedo, porque sufro dolor.

Me he quejado tanto del ladrón de sueños,
de ese añejo fraude que me quiere tan mal,
mas no voy a darle nuevamente otra mejilla:
¡Vete pesadilla de mi necio corazón!

No me has derrotado, porque estoy naciendo
y, aunque me tropiece, ya me voy a parar.
Tengo mil canciones en mis ojos verdes.
Si quieres vencerme, yo te grito ¡No!

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