15 de septiembre de 2018

CMXXXVIII.- Bona Fides



Siempre se puede 
dejar pasar, 
perder un lugar, 
ser uno el que cede.

No existen excusas
para tanto sollozo:
los ojos llorosos
son sólo pelusas.

Traigo una guirnalda
para nosotros dos. 
No me digas que no
ni me des la espalda.

Siempre es mejor
volver a empezar,
arrojarse al mar
y hacer el amor.

CMXXXVII.- Estrecho su mano





Se quedó en el Palacio de gobierno, tomó el teléfono para despedirse de todos y dar las gracias a cada uno, se ocupó especialmente de que sus más leales camaradas abandonaran el sitio y salvaran sus vidas, tuvo la certeza de que su inmolación no sería en vano. 

Nunca dejó de dar la mano cálida a las personas que vivían la mayor pobreza de América, a quienes visitó siempre, con quiénes compartió desventuras y pesares sincera y afablemente, y entregó su vida por todos aquellos a quienes elevó a la categoría de protagonistas de la Historia. 

Nunca se rindió y amó la vida, la patria que fue su cuna y al pueblo que sabía de su lealtad. 

No volverá a existir jamás otro intérprete de grandes anhelos de Justicia como Salvador Guillermo Allende Gossens. 

Por eso me hinco ante su figura, me emociono hasta las lágrimas por la pérdida de su vida y la de quienes abrigaron como él la misma esperanza, me siento infinitamente pequeño ante su ejemplo y honro con el Espíritu su sacrificio y su nombre esculpido en el basalto de los grandes seres humanos.

Porque su muerte y su lucha no fueron en vano.

Porque su muerte fue su victoria.

CMXXXVI.- TAB



Yo me enamoraba de inmediato. 
Recogía cuatro flores en un prado infinito 
y me pasaba en el correo largas tardes
dibujando lunas llenas para aquella dulce niña..

Mariposa que me hacía tan feliz
y que luego una mañana se olvidaba de mí,
devolvía mis esquelas en la calle Miramar 
para dejarme solo. 

Toda la profunda tempestad sin máscaras
ni cruces, me invadía la melancolía:
el mundo sin sal de un huevo sin cáscara 
ahogaba mi garganta triste, y se reía.

Si a alguna llevaba a mirar las estrellas
le confiaba mi alegría a su suerte
o las seguía hasta vivir con ellas
y, en silencio, me iba cual susurro de la muerte.

Y ahora resulta que soy así,
que me falta el tornillito de la calma,
que me brotan palomas del alma
y me quedo vacío infeliz.

Pero tú te has quedado conmigo
y quieres de algún modo mi paz,
aunque poco a la distancia y un abrigo
que no me van a bastar jamás.

Somos los amigos de la mano:
perdonémonos del otro la locura,
y aunque a veces nos cueste la ternura,
esperémonos, que nunca ha sido en vano.

CMXXXV.- Andénsueño



Evades el tema diciendo 
que lo mismo sufres tú por mí. 
Y me atrapas en una cajonera
dónde soy lo que soy y nada más. 

Pones en mi boca
cosas que no he dicho 
y presumes las peores intenciones 
en tu contra, lo peor de mí.

De mí, que soy y seré 
el partidario de tu vida contenta;
tengo deseo, pero más admiración,
de lo que di ya he perdido la cuenta.

Disfruto ver cómo te vistes, 
y te aconsejo si me dices cómo estoy
¿cómo me veo, que ya me voy?
¡Pero venme a buscar temprano!

Ni un beso en la frente mirándonos
ni picando tu cintura mis manos
¡qué dura te hizo el señorschhhhhh!

Dame un beso mirándome amor 
y el mundo cambiará, lo juro, 
tendrás todo lo que sueñas, 
si nos besamos, en lo oscuro del corazón.

Partamos resolviendo juntos
todo lo que es el amor 
y hacerlo rico, con la luz apagada
un largo rato o más cortito, la nada, 
hasta dormir los dos por un ratito: 
de la mano al comienzo 
y cada uno en un rincón, 
soñando que fuimos algo, 
todavía antes de nacer 
y que algo seguiremos siendo
cuando acabe de cantar el alma,
nuestra mente y de latir el sol.

Todos dejaremos de palpitar
y extrañaremos la luz del alba,
porque pura sombra añeja nos aguarda
o luces bajo un mar de color.

1 de septiembre de 2018

CMXXXIV.- Hipocampo Unificado



Es solo cuestión de perspectiva:
lo que en el mundo de las partículas elementales
nos parece tan difícil de entender,
tan abstruso y demencial:
esa patraña imposible

La que nos cuenta El Observador:
y nos dice que es él quien determina la realidad
al intervenir en ella cuando la devela,
fijando de un modo indefectible la existencia,
la posición, la velocidad y el momento angular
de cada una de tales pelusas energéticas,
minúsculas alimañas infatigables.

Hasta ese instante invisible en que nuestro ojo
las sorprende, las visita y abre de improviso
la puerta de su íntima e ínfima habitación:
así ocurre cuando miramos al cielo de la noche
y lo comparamos con una carroza adornada
de miles y millones de luces y sombras,
y decimos: "¡Mira, una estrella!".

Mas ocurre que en ese parpadeo,
en aquel minúsculo instante durante el cual lo decimos
asombrados, candorosos y seguros,
al fijar la mirada tras el velo sobrecogedor
que nos separa de ese abismo insondable
que la luz embriagadora recorre
sumida en un tiempo inmóvil.

Puede haber un mundo que rebose de vida
dando tumbos alrededor de los soles:
sueños, partos y ficciones;
almas, aplausos, brotes y temores,
toda una larga existencia de gritos y bemoles
acontece en un minúsculo eslabón de la nada,
miles de milenios en un suspiro.

Una bitácora interminable
rueda, palpita y fenece
para llegar a la retina de nuestra atalaya inocente,
como si fuese un instante nada más,
un deglutir que nos calla,
un palpitar que no alcanza a oírse,
una gotera en el techo del ocaso.

Pero no.

Al mirar y fijar la vista en el firmamento,
la luz que ha viajado eones hasta nuestras pupilas
sólo es un resumen,
un mero compendio insignificante,
la humilde aglomeración de esa ajena historia planetaria
que nos llega a las pupilas como un enjambre prodigioso
de millones de orugas, crisálidas y volvoretas radiantes;
pero fijas en un colmo de repentina quietud,
en un cero sabroso y denso de algarabía,
de dolor, de sueños y realidades seculares,
dentro de una lámpara maravillosa
e instantánea llamada Fotón,

Y al atisbarlo y dejarlo penetrar
en nuestro espíritu de abeja,
en el cielo despejado de la luna nueva:
fija su luz para siempre como si fuese
-¡y lo es!-
una partícula elemental.

Así creemos saber de su existencia,
calculamos su posición,
intuimos la velocidad con la que se aleja de nuestro mundo
y creemos medir el ritmo
con el cual gira sobre sí misma,
si lo hace o no
en contra de las agujas de nuestro reloj,
del mismo reloj que lleva consigo la deriva del tiempo
y nos regala una esfera pixelada de personas,
de cada una de tales pelusas energéticas,
minúsculas alimañas infatigables.

Lo mismo que ocurre con el Schrödingers Katze:
nos pasa con la luz de las estrellas,
electrones gigantes
que se detienen y comienzan a existir
para nosotros de pronto,
y vuelven otra vez a su insondable paroxismo de veleta,
al plasma de la muerte.
a la instantánea vida eterna
al punto infinito,
al abismo de la eternidad.

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