Necesito respaldarme
en una música muralla:
el bastión inexpugnado,
acariciado, solemne.
Abrir al mismo tiempo
y de inmediato las puertas:
dejarlas abiertas,
sin guardias ni policías.
Me iría para siempre,
o desaparecería.
Pero ha sido imposible,
al menos hasta hoy.
He seguido infatigable
un conejo de trapo.
Galgo de mi destino
muerto y resucitando.
Yo no sé si aquello sea
un claro y buen ejemplo:
arrebatarse un día así
del maldito frenesí.
Para sentir que ya no huía.
Para sentir que estaba aquí,
que existía, que estoy despierto.
Que viví.