Ayer en el estadio, un mequetrefe había reservado CINCO ASIENTOS -repito: CINCO ASIENTOS- en la galería, supuestamente para sus familiares que -según dijo varias veces- habían ido al baño (¡todos juntos!).
Olvidó, sin embargo, marcar la reserva de dos de ellos con chalecos o bolsos, como se acostumbra entre la chandala, de modo que al llegar nos sentamos con mi Natalia en ésos que estaban desocupados.
Una adolescente feminista, motorista, animalista y poco lista nos dejó pasar sin decir nada y ocupamos por fin dos incómodas sillas en el sector del que se adueña esa mafia de lumpen y traficantes que se suele llamar Garra Blanca (la otra mafia se adueña de las sillas que había detrás del escenario), para disfrutar por fin del último show que James Paul Mac Cartney iba a ofrecer, probablemente, en Chile antes de unirse a John Winston y George Harold en el vacío.
El ignorante nos insultó, nos empujó, nos presionó, nos amenazó, nos trato del peor modo posible y manipuló arteramente a su hija (la adolescente distraída) y a un insulso e inexperto funcionario policial que llegó a instancias nuestras, para adueñarse al cabo, sin derecho alguno, de 'los asientos que tenía reservados'.
Hizo tal escándalo que concitó el apoyo de otros mequetrefes y mequetrefas de asientos contiguos, que también reservaban varios otros en la misma galería no numerada, para gente que no había llegado ni se había pegado el plantón fuera del estadio hasta las cinco, ni comprado entradas en la platea numerada.
Al final nos rendimos, porque un par de mequetrefes se apartó y dejó dos asientos disponibles, un nivel más arriba, para nosotros. Todo el mundo aplaudió y yo me sentí como el Mesquino Señor Mostaza. ¡Qué rabia!
Si acaso hubiese actuado con tino y respeto, si hubiese sido más 'mínimamente beatle', hubiésemos seguido buscando y evitado el mal rato, pero al verlo increpándonos insistente y desagradablemente con la misma arrogancia que Piñera usa para anunciar ante todo Chile que invita y financia con su poder y su dinero a todos sus ministros para ver el mismo show, en la platea donde se puede llegar a la hora en que este comienza..
Pero nos resistimos como revolucionarios, sin éxito. Justo a las nueve de la noche -luego de varios llamados del mequetrefe- volvieron del baño sus familiares. ¡Del baño de sus casas!
Durante el concierto -tan hermoso, tan brillante, tan humano y tan deslumbrante, que nos hizo olvidar la mala onda- la adolescente estúpida nos tapó la vista con su amiga gigante -que supongo venía también del baño- paradas delante de nosotros en los asientos por los que su padre fastidió media hora, sin ocuparlos. Nunca había visto a cinco personas demorarse tanto en cagar.
Es molesto ser considerados fenómenos por defender lo que se cree justo. Pero era el concierto de Paul, no de John.
Déjalos ser.