Reprimía una jauría a la cría vacía:
es una arpía la que quiere rendirme,
pero yo aquí, todavía sigo firme.
Que soy la cruz de mi soberanía.
Que me aleje de la madriguera,
que me arroje y que no haya peldaño,
que tres noches, seis meses, un año,
y que diga de mí lo que quiera.
Vi sudando en mi espalda la sangre.
Fui clavado entre un par de ladronas.
Del seco rosal trenzaron mi corona
y bebí cual nazareno el veneno vinagre.
Pero llevo tibio un rayo de luz cautivo,
tanto sol adentro anclado en el alma
valiente que, aunque pierda la calma,
es flor amor espíritu calma, y sigo vivo.
Si una tarde marchas bien,
amanece, floreces e, inclusive,
ay, quien envidia a quien
contigo y amándote lo vive.
Si cuando eres feliz,
te engañan
y, en lo más profundo de ti,
te dañan.
Y en aquello que más amas,
Donde hay tiernos pajaritos
Allí precisamente te difama,
Donde vive lo más bonito.
¿Qué inocente se ha perdido?
¿Y a los rectos, quien los doblega?
Los que aran iniquidad, y han herido,
siembran injuria, y la siegan.
Daría cuanto tengo
por un viento precioso
que me llevara en andas
hasta el sol de primavera,
y me dejase náufrago
feliz en su aposento,
allí donde nacían
mis albricias amarillas.
Pero he de comprender
que nunca vuelve primigenio,
que todo muere en flores
de marchito tremebundo,
y el fuego que es comparsa
de un escualo que en su boca
derrama la sentina, y grita:
nada es hacia atrás.
Mujer que no sonríes,
clava el hondo ser intenso
de tus enredaderas
que son causa de mi fe,
y ve cómo me largo
en carcajadas atrevidas,
de lunes insultante
y cloroformo de placer.
