3 de marzo de 2016

DCCLXXIV.- No es casualidad.





Ésta, y no otra, es la vida eterna:
la de todos los días del tiempo,
en la mañana de nosotros dos,
riéndonos desnudos y distraídos.

Yo pienso que cada nuevo instante
es sencillamente una nueva eternidad:
sólo basta con mirar al cielo de la noche
silenciosa y llena de grillos, para descubrirlo.

El rumor de una centella de canciones:
la voz de miles y millones de muertes
y otras tantas pero más resurrecciones.
¡Siempre hay júbilo en algún rincón!

Yo quiero que haya un corazón
que nunca deje de latir para nosotros:
y volverá el viento de la tarde
a abrir la misma ventana de ayer.

Es la espuma del mar que no quiso dejar
de alejarse para taparme los talones
y el espacio infinito en que nos miramos
sin darnos cuenta por primera vez.

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