Sus manos se desvanecen,
como la flauta que toca
un ciervo mitad caracol,
mitad mujer, lentamente.
No existe melodía semejante
y son lo único que me queda.
El tiempo me dará su bendición.
Pero se desvanecen.
No parecen existir en realidad,
cual pesadillas desconocidas,
arañas invisibles que me miran
desde un atrapasueños, sin tocar.
"No estamos tristes", me dicen
con una larga pena infinita
y una especie de felicidad
recóndita, lejana y bendita.
Yo soy el humo.
Ella es mi hermana.