28 de enero de 2019

CMXCV.- La señorita Indiferencia



Yo digo que no baila 
sino marchas fúnebres: 
no canta nada más 
que matinatas tristes.

No ríe a carcajadas,
ni sueña primaveras:
no cree en el amor
y no imagina nada.

Piensa y sólo piensa 
solamente enfermedades 
y espera hasta la muerte,
porque han muerto todos

La cama es para dormir,
el agua para lavarse,
y el día transcurre 
en soldado silencio.

El hombre conduce,
los hijos se vacunan
y amarga su madre 
le da medicamentos.

El corazon se mata,
la música es ciega,
el cielo se nubla
y la sangre de horchata.

Yo digo que no sabe 
lo que es el calor
y tiene un tono grave
de sepulcro y penitencia.

Vengan a dormir
bajo un manto de tristeza.
Huye el colibrí
o se encierra en otra pieza.

24 de enero de 2019

CMXCIV.- Candela Roja



Me vino una burbuja
detenida y en silencio. 
No quise lastimarte. 
Fue sólo un suspirar.

Nacía un pulso trigo,
cantándolino fiel. 
Que nadie lo detenga. 
Es sólo un palpitar.

Mi beso en el espejo. 
Me mira el mismo pez, 
detrás de un vaso de agua
y nada más que el mar.

Se fue en una botella: 
galeón y colibrí. 
Un sueño sin estrellas. 
Fue casi un escribir.

Tenia cinco pausas 
y casi un calderón. 
Melódicantarina.
Fue solo respirar.

CMXCIII.- ¡Miramémonós!




Tú no te me vayas, 
ya no te me alejes, 
no te arremolines:
¡Rédedor de ti!

Miel no me rechaces 
ni me des la espalda. 
No te me acongojes,
tan llena de pudor.

Canta la sonata 
lenta de la fucsia: 
húmeda las ganas.
Siéntelas aquí.

Deja que se pose 
el beso de mi boca 
allí donde te toca 
la clave de mi córazon.

Únete al espasmo 
de la madrugada. 
No te des mas vueltas.
Gánate en mi piel.

Estoy que no aguanto:
playa que recoje,
buitre en espirales,
coito universal.

Ya no te me duermas 
justo cuando llego.
Ya no más excusas,
ni te prives de mi.

19 de enero de 2019

CMXCII.- Negandomé



Ajeno se me hizo todo,
sin ganas de nada dar,
odiándonos codo a codo
y amargo en el paladar.

La sombra de la injusticia
proyecta en el porvenir
un día que no se inicia,
la noche que va a morir.

Eterno presente anida
y rompe ese cascarón
del orbe que sin salida
dormido en tu corazón.

La página no da vuelta,
la esquina que no se ve,
el río no tiene delta,
la mar no moja mis pies.

Amargo lloré en el lodo
buscándome otro lugar,
un sitio que de otro modo
debiera yo caminar.

CMXCI.- Campo Santo


Sólo somos niños al morir, 
a la hora en que camina nuestra sombra 
hacia el mágico solaz del abandono, 
y la repisa en que funcionan los sueños, 
dormidos al amanecer, 
donde el sol ya nos está esperando,
cansados, clandestinos y fúnebres, 
en el instante en que se aplaca la tristeza 
y dejamos sobre el suelo un retrato
inmovil, nuestro nombre entre los vivos, 
somos todos niños por fin.

Y jugamos entre nubes transparentes,
bailando la sonata de la luz, 
ardiendo como faros las estrellas, 
volvemos a nacer llorando, 
cegados en las manos del hombre
vestido como náufrago de blanco, 
y sucias, con las manos sucias,
ensangrentadas, dolorosas, inquietas
y el alivio dibujado en el rostro.

Somos dioses, somos viento que sopla, 
perfume que incita al recuerdo, 
marchando entre latidos y tambores, 
para atar el infinito en su destino,
al morir nos acordamos del vino 
en el cáliz herido por la muerte,
y, tal como se van los niños,
se inicia tu bullicio en el silencio,
se duerme mi palabra clausurada
y entregamos un vestigio vuelto lágrimas,
con el último grito sin aliento,
nos amamos sin poder volver.

14 de enero de 2019

CMXC.- Perdónanostalgia




Si pudiese volver el tiempo atrás, preferiría aquel instante donde estoy en la casa, recordando contigo a la Pituca y mirando cómo has crecido. Justo hoy, cuando ya eres un hombre.

Abro la ventana y los vecinos me miran, recuerdan dichas pasajeras y hacen de mi vida un consuelo, porque sólo anhelan la felicidad que imaginan aquí dentro, vestida para un baile de medianoche, mirándose al espejo de plata sobre la cama, echada junto a la lámpara dorada del cuarto que no existe, al final de un pasillo que no es. Por eso salgo y me voy sin mirarlos, porque suponen que mi destino es el otoño, en la esquina de la plaza donde niños y amapolas bailan la sonata del siglo que murió. 

Hay miradas que lloran, vecinos que duermen, palabras que niegan, murmullos que duelen, paciencia perdida en una tienda de abarrotes y la tristeza furiosa que grita mi nombre a la distancia. Si pudiese volver el tiempo atrás, creyendo ser tan feliz como todos los demás, permanecería sólo un instante, para palpitar otra alegría instantánea, y volvería al sitio donde estuve siempre. Volvería para estar en primavera.

Niño, ya eres un hombre. Ven conmigo, toma ese abrigo y esconde las llaves debajo del florero. El vecino debe tres meses de renta y me pide ese dinero prestado. Dice que lo devolverá el jueves antes de las dos, pero no es cierto. Se pasa la vida frente a la pantalla odiando al mundo, antes que el mundo se acabe. Ayer me dijo que debiese rendirme, vender la casa y con el dinero viajar. Dejarme de idioteces. Dijo que todo era una idiotez y que la gente me odia. 

Tenemos que ir a verlo. No tengo casi nada en los bolsillos, pero necesita ese dinero y debo entregárselo. 

El odio, hijo mio, vive en bosques de pinos muertos, se alimenta de nueces que recoje debajo de la tierra y no conoce verdaderamente la felicidad. No permitas que ningún vencino te quite las nueces para odiar, porque en cada nuez está esperando el nogal infinito. Nunca dejes que la encuentren escarbando esa humilde tierra que descansa en tu corazón. En la nuez de tu destino habitan las estrellas.

Mirando al cielo desde la ventana, pude ver gorriones que soñaban con volver el tiempo atrás, volar entre siluetas de espuma blanca y amar. Pero el tiempo no guarda los amores para siempre, y hay un helecho que se despliega desde el alma hacia el porvenir, donde no hay caminos, sino la fragua del invierno y el perfume del ocaso. Entonces, debemos vivir, hijo mío, debemos seguir. 

Ese vecino acaso no devuelva ni un solo peso, pero los necesita más que yo, y tú no me has pedido nada, salvo quedarme en la casa.

No te apures. Yo sé lo que hago. 

Hay una anciana -más vieja que yo- que sufre indecibles dolores. Sostiene un bastón de roble cuando camina lentamente hacia el hospital. Padece una enfermedad a los huesos y vive sola, de modo que no tiene más opción que salir cada mañana de lunes para ser atendida: avanzar lentamente bajo el sol de la mañana, sin la ayuda de nadie, esperar largo rato hasta que la llamen, la examinen, le entregan su carnet de la tercera edad y los medicamentos, y volver al cabo de una hora hasta su casa. Tiene mucho dinero, tanto que sus hijos nunca trabajaron para conseguirlo. Les bastó siempre con lo que su madre les dio, hasta que la dejaron viviendo sola.

Ahora bien, al cabo unos años, terminaron haciéndose, los dos también, inmensamente ricos, hasta el punto de no necesitar ya absolutamente nada de su madre. Sin embargo, siguen visitándola, pues prefieren antes gastar el dinero de la anciana que el suyo. Juran que ésta no sabe nada. 

Yo los veo cada domingo llegar a la Iglesia y, sentados al final, esperar a que la madre tome el bastón después de la misa para salir. Lucen felices, la cubren con su hermoso abrigo de lana púrpura y caminan con ella hasta el edificio, desde donde salen al cabo de un rato, víctimas de la ambición, cegados por su avaricia, contando los billetes del abandono, llorando de alegría y huyendo como niños camino a San Cristóbal. Si le diesen a su madre aquel amor que necesita, no necesitarían ese amor que ella les da.

Un dia me acerqué a la vieja cuando volvía del kinesiólogo y le dije que no era posible para mí seguir aguantando tamaña injusticia, que todo era una locura y que se estaban aprovechando de ella. 

"Niño", me dijo. "Soy yo quien se aprovecha de ellos. Vienen a verme todos los domingos religiosamente, me acompañan a recibir el Cuerpo de Cristo con desesperación, caminan conmigo hasta la plaza, juegan febriles en mi departamento con los gatos, me prodigan una alegría inmensa, que ellos desconocen, cuando parto el pan y me miran ansiosos. De otro modo nunca los vería, porque a cambio del dinero de mi pobreza, compro la riqueza de su compañía, y siempre nos besamos después del almuerzo, sin abrir los ojos. Soy la única vieja del edificio que ve a sus hijos cuatro veces al mes. No pierdo nada, porque nada me quitan. No ganan otra cosa que el amor de una madre agradecida. Porque cada noche doy gracias al Señor. Se llevan el dinero creyendo que me engañan, pero yo recupero la esperanza. Puedo ver la alegría en sus ojos, elevar una oración por mis nietos y comprobar, no obstante, que la desdicha llena el corazón únicamente de aquellos que roban almas, para llenarse los bolsillos de perlas negras, sin saber que vacían mis ojos de lagrimas. Cuanto más dinero pierdo, más afortunada soy".

Pedrito, quédate conmigo esta noche. No importa que el vecino ya no esté. Todos tenemos una soga esperándonos y hay una muerte distinta cada día reservada para el hombre. 

Sólo tengo para darte el dinero que el vecino no quiso, mas sé bien que no es eso lo que buscas. Cuando llegas a mi casa cubierta de sombras, rodeada de edificios, privada para siempre de la luz del amanecer, descubro que vienes sólo por mí, que tu compañia es el tesoro más grande, porque vale infinitamente más que el santo consuelo de la anciana, y comprendo jubiloso que ese jardín de cruces y naranjas es tu felicidad, porque no necesitas volver el tiempo atrás, y soy yo el anciano más  rico del mundo. 

CMLXXXIX.- Lipiria Flavia





El alquiler de la verdad:
donde cada noche es siempre
y nada es la inmensidad
o Dios es casi todo,
excepto al amanecer.

Rendido viento cojo
que cruje en mi pata de palo,
con fieras amarillas,
humildes compañeras,
unidas en silencio,
con parpados atados
de luces escondidas:
pierden el tiempo imposible
y buscan el camino del dolor

Ninguna es tan lejana,
pues viven acá:
detrás del cicomoro,
con lentes bifocales,
me asomo a la ventana,
sin nubes de papel.

(Yo podria pasar mi vida
entera queriendo verte,
y entonces te buscaba,
y te amaba y me escondía,
mirando las estrellas
para nunca despertar).

Viajémonos juntos
al viento desnudo
de todas las almas
que un dia quisieron
decirnos adiós,
que sueñan y bailan,
y escupen su prisa,
que giran en torno
a las playas aladas,
sin luz sin arenas,
ni Buda ni camisa,
y girando cansadas
me quieren morir.

13 de enero de 2019

CMLXXXVIII.- Verónica



Yo voy andando solo,
y llorando tu dolor,
abriéndome paso 
herido hacia la muerte. 

No dejes de luchar,
ni dejes que Pedrito
me niegue mil veces. 
No debes perder la fe.

Adiós, mujer, adiós,
que limpias mi rostro,
no llores por tus hijos,
ni llores por mí.

A veces uno se cansa
perdido en la mar siniestra.
La estrella de la esperanza 
continuará siendo nuestra.

11 de enero de 2019

CMLXXXVII.- Resucitantas veces más



Voy a quitarle a Cristo
esa paulina seriedad:
que los que lo han visto,
dicen que no es verdad.

Por algo Cristo andaba
rodeado de lincuentes
y mujeres perdonadas:
iba a vivir para siempre.

Riendo por las plazas.
¡Él nos pedía perdón!
con un vino en cada casa
y en la cabeza el corazón.

Feliz de ser el Ser
que besándonos amó:
la Cruz nadie la ve.
Sus clavos no lloró.

Por eso seguían a Cristo 
pobres leprosos ciegos:
porque era distinto
y apagaba el fuego.

Corrían los cojos 
y las viudas a bailar
con barro en los ojos,
¡El mundo se va a acabar!

7 de enero de 2019

CMLXXXVI.- El perro negro



La vida es fome. 

Hay un reloj. Un gran reloj 
y un gran consejo. Sólo un consejo. 
Una bufanda, un propietario, 
una mujer, una serpiente. 

La vida es fome.

Hay una cosa, una moneda, 
una guarida, sólo un volcán. 

De todo aquello que alguna vez 
en un estante lleno de cosas 
logró existir, hay una sola, 
de todo aquello sólo una cosa..

Y voy armando una escalera 
hacia el silencio de luz perpetua
que nos acoge en su aposento 
de tantas cosas, de tantos sueños 
que ya olvidamos: un niño bueno 
que sonreía en cada foto, 
un niño aplaude, un niño espera, 
un solo niño, un aposento.

El tiempo aguarda, nos alimenta,
nos amenaza y nos carcome,
nos acribilla, pero jamás
nos pertenece: la vida es fome.

Hay una pausa, sólo un sosiego, 
un largo abrazo, un buen respiro, 
una campana, una mirada, 
un retroceso hacia el conjunto 
de largas voces: nos recogemos, 
nos estiramos y bostezamos 
ante un espejo de dulces juegos, 
cuando una noche llena de encuentros, 
llena de flautas, llena de libros 
con muchos besos, con pocas cruces, 
con pocos huesos, nos retiramos, 
nos sacudimos, nos asombramos, 
nos decidimos y nos amamos.

5 de enero de 2019

CMLXXXV.- Yo he tomado el mismo tren



Desde que el Nono se fue, 
me puse de pronto a fumar 
solo, así como fumaba él,
los dos con el Nono fumando.

Y quiero parecerme al papá,
en homeopático suicidio 
para irme fumando tranquilo
donde el Nono fumando está.

Y tomando con la Mami
o con Carlos Rivera riendo,
y pensando con Carlos Prieto
o conmigo los dos fumando.

4 de enero de 2019

CMLXXXIV.- ¡Qué atró!



Incendian unos bosques,
rescato al gran danés. 
Destruyen el planeta,
no importan los bebés.

Me instalan una antena,
ocupo el celular.
Si cazan las ballenas,
me cago yo en el mar.

Asado en la reserva.
No quedan mas pudús.
Salmones en conserva,
con huevos de avestruz.

Que vivan los migrantes,
que vivan en Haití.
Que Trump es un demente,
Votemos por Lavín.

3 de enero de 2019

CMLXXXIII.- Grado Cinco


Llegan arreglándose el cuello
cuando ya no hay nada pendiente,
fastidiando a toda la gente,
a los que trabajan por ellos. 

Juran que nunca nada 
se les escapa y valen
muchísimo menos que cada 
clavo que sobresale.

Rodeados de cantimploras,
babosas y baratas,
van a cagar tres horas
mirándose la corbata.

Yo los he visto chateando,
cuando voy al último piso
y en su muro publicando
la sonrisa de narciso.

No responden a las llamadas
ni llaman nunca de vuelta:
cuando queda alguna cagada,
hay uno que siempre les cuenta.

Se encierran en la oficina,
con la que tienen segura
con la mujer en la cocina,
duran lo que dura dura.

Se salvan si los atacan,
porque saben como se juega
hasta que un día los sacan
y los mandan a hacer la pega.

CMLXXXII.- La alegoría del cementerio infinito.



En ese momento me siento solo, 
solo cósmicamente, 
fundamentalmente en soledad, 
un alrededor de troncos caídos, 
sin hojas ni una lámpara,
un silencio dormido
que no ilumina nada, 
la nada que no me sostiene 
y ni siquiera puedo caer, 
porque no hay abajo ni la noche,
sino la existencia vacía 
de algo que no es.

Pasajeros de ojos blancos
con rumbo a la oscuridad,
el deshielo mas hondo,
el plural desconocido,
y un Parménides agónico
que no sabe a dónde va,
el pantano del sol desierto:
las burbujas desaparecen,
el otoño enmudece
y fundamentalmente la soledad.

Un apetito de hambre muerta,
el imposible sin estrellas,
seis cuervos en la proa,
mi casa abandonada para siempre
y un gato negro que no está.

Nos gusta Cuculí Pop