22 de septiembre de 2017

DCCCXXIII.- Desarmagedón


Cercano se aproxima el equinoccio  
de la luna nuestra Cuarta Primavera  
es la fruta que juntos de pronto  
vamos una noche a morder. 

El barco que aguarda en el Puerto  
y el Capitán que nos espera: 
el sobre que no hemos abierto,  
el árbol que será madera. 

La flor que está salva y sana  
todavía es melodía en el botón  
la música que cada mañana  
nos despierta en cada colchón. 

El día en que ante toda la gente  
reunida en la cubierta del galeón 
jurando declaramos fervientes  
delirantes palafitos nuestro amor.

15 de septiembre de 2017

DCCCXXII.- Divina Vocación




Me figuro que el azar también oculta
de algún modo una rara voluntad,
un sentido que no percibimos
cuando vemos ciertas cosas raras
sin poderlas ni quererlas predecir.

Algo que no es un albur,
sino un enigma demasiado veloz
para ser una mañana descifrado.

Cuando no fue posible predecir
alegremente determinados fenómenos,
se dijo que era Dios el que estaba
detrás de la terca incertidumbre.

El tiempo ha pasado
y la causalidad le ha ido
quitando terreno a la casualidad.

¿Existe un modelo matemático
para saber qué cara del dado
habrá quedar mirando al cielo?
¿Y otro para dibujar la fisonomía
futura de los fractales?

Si aún no, pronto habrá uno.

Detrás de todo ahínco,
hay un Genio Fibonacci
potente digital universal,
empujando sin detenerse
al azar que se aleja de espaldas
para caer en aquel abismo
donde se había desplomado
nuestro viejo Dios que ha muerto.

Y aquello que no obedece
ni responde al parecer a nada,
se vuelve asunto nuestro
al arroparlo en la razón.

Si hubo un motivo y una causa
en aquello que hace siglos relegábamos
al acertijo de una voluntad misteriosa,
¿por qué no creer entonces
en el conocimiento cual helecho
desplegándose todos los días,
infatigablemente;
y llenar nuestro saber de certezas
con el lento paso del tiempo
y el avance del conocimiento?

El azar es el sinsentido de la ignorancia.

¿Por qué pretendemos hallar
una voluntad, una persona
detrás de la causalidad?
¿Es que acaso saber que la sucesión
de los hechos obedece a serie previsible
de modos reiterados de acontecer,
quiere decir que necesariamente
son digitados por una conciencia
deliberada desde hace mucho?

Acaso sea posible dar con el origen
y el destino del Espíritu,
cavando una fosa en la entraña
del pasado o vislumbrando en el infinito
la amalgama probable del mañana.

Sabemos tan poco,
que decir no es posible es imposible
o al menos improcedente,
porque todo puede ocurrir.

Azar llamamos a eso.

Yo digo que rendirse al azar
es entregarse el desconocimiento
y que saber la causa es promover
la existencia de una conciencia
mayor que la individual.

No imponer tajantemente su existencia
en el discurso, pero sí quererla,
desearla para abrigar la esperanza
de algún día dar con el origen
de un sentido personal y genuino.

La velocidad del enigma es incuantificable.

Miramos al cielo de la noche y fijamos
la mirada en la titilante luz de una estrella:
la vemos fija, invariable y decimos
qué hermosa y brillante.

Pero en el minuto que nos toma decirlo,
pasaron inexorablemente millones,
allí donde la luz se origina.

Es inevitable que la intrépida energía
deba atravesar el cedazo del tiempo,
de la distancia inconmensurable
y de nuestra mente que quiere volar.

Renacen, crecen, se multiplican,
mueren y resucitan seres lejanos,
planetas desconocidos,
cambiante energía y vida en abundancia,
durante los eones que viajan
dentro de un respiro.

Somos y vemos remedos de luz.

¿Cómo entonces, pretendemos
que no hay un propósito escondido,
si la mayor parte del Ser
se nos escapa inevitablemente?

Lo mismo vale para el minúsculo
pentagrama de lo más pequeño,
sitio donde jamás sabremos
qué ocurre sin tener que zambullirnos
en el todo para cambiarlo todo.

Tanto lo lejano como lo diminuto
es y no es simultáneamente:
el instante en que decimos soy,
es la nada para el que nos mira
a nuestro lado, y desde otra galaxia.

La persona a quien llamamos afortunada
cree con toda su alma que merece lo que vive.

Constatar eso es reconocer una tercera mirada,
la que dice inmenso y a la vez lejano,
microscópico telescopio al interior del cielo.

Podemos decirlo, pero no vivirlo.
Quien posee esa mirada de diamante
existe al menos como ese espíritu
que suponemos vivir
para pensar sin contradecirnos.

Suponer su presencia es el paso siguiente.

Decir dónde está el enigma
que queremos y acaso podemos
develar, antes de morir.

10 de septiembre de 2017

DCCCXXI.- Ad Eternum



Ramiro, el esperpento, ha llegado
a la madura y enaltecedora
edad de la privación y la falta.
La era perdida y aniquilada.

Ramiro, lentamente
fija la mirada en los obstáculos
que evita para caminar,
para seguir caminando
hacia no sé dónde,
buscando algo,
una fuerza mística,
una luz de alegría
o un almácigo de juventud,
una corriente que golpee la popa,
que le permita desobedecer
al timón del tiempo y no morir.

Dicen que Ramiro está pedido,
pero todos lo estamos desde siempre:
desde antes de nacer, supongo,
porque un día tal vez hubo vida
esperando que llegase Ramiro,
y habrá seguramente otra
mucho antes de venir al mundo.

Otro mundo.

O la nada imprevista y perenne,
ni bien la vida se vuelve memoria
y homenaje, rosa fúnebre y tumba.

Tengo un hálito latido con ecos,
y un río de sudor impregnándose
y queriendo volver a vivir,
otra vida en otro mundo,
otro día
.

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