Su vertiente
inagotable
de mágica alegría
luminosa,
la que nos dio la vida.
Su generosa forma de
irradiar
aquella humilde y misteriosa
carcajada de cada día.
Porque era un Ángel incapaz
de decirle que no a nadie nunca,
y siempre cumplió.
Su valentía optimista,
su pedagogía,
su melancolía risueña,
su corazón,
su Cristo en la tierra,
su resurrección.
Su ensalada a la
chilena,
su buen humor,
sus porotos con rienda,
su velador.
El amigo
inolvidable,
el gran conversador.
Su desorden entrañable,
el Pedro que nunca negó.
La tabla en la
mesa,
el cuchillo y el licor.
La Laika en su regazo,
sus ojos de Dios.
Su alma infinita,
su cuerpo y su dolor.
Su vaso con agua,
su Nona más bonita,
su teatro en Pisagua,
su fábula exquisita.
Su insoportable partida,
su vida de profesor,
su recuerdo imborrable,
su descanso mejor.
No ha muerto. Esta
vivo.
Se fue a buscar a Dios.
Sólo está dormido.
El candil no se apagó.