Espeso panal de bullicio,
retículo de infamia pus,
sin mascarilla, ni juicio,
tan presos como tú.
Alimañas en la entraña
de Estación lo Valledor,
y en Pedreros, el escritor
Villafaña.
Al Negro se le ve la nariz,
a la Lola, la falda
y al viejo, una cicatriz
en la espalda.
San Bernardo, Alameda,
Pajaritos y el mar,
Neptuno, Tobalaba
y Alcántara a cantar.
¡Ay, cómo les gusta mucho
esa lengüita tanto a todos!
Que nos soben
arriba de la cola
y nos mimen,
nos encuentren lindos,
con el guiño
de una barcarola en flor,
y nos den la clave
míntima corola.
Abres la boca,
te meten el dedo
y uno se pasa
como sopaipilla:
harina, sémola,
dos claras de huevo:
y nos amasan
como dulce de Matilla.
¡Ay, cómo les gusta tanto
esa lengüita suavecita a todos!
Yo digo cosas
cuando estoy enamorao
y me arrepiento
si le digo que sí:
juro que nunca más
seré tan pavo,
pero me miran
y me vuelvo a derretir.
Para la próxima
seré una piedra,
por si de nuevo
me vienen con el cuento,
que cerrando así
los párpados te muerdan,
y nunca vuelva nadie
a hablarme de amor.
Mi niña chilindrina
nunca viene a verme:
la busco en la cocina
pero ya no está.
El maestro longaniza
se murió hace tiempo,
mas guardo en la repisa
su retrato mejor.
Mi Chavo se ha dormido
allá en el otro patio,
perdido para siempre
en su primera niñez.
La bruja no me busca
ni me pide socorro:
que cuando fui su rorro,
no me amaba en realidad.
El niño con cachetes
de marrana flaca
me pide plata a veces,
pero nada más.
Ya ni el Señor Barriga
viene a la vecindad:
me cobra la renta
con un audio de whatsapp.
Y la vieja chancluda
ni siquiera me pega:
sus manos de vuida
me dicen adiós.
