de todo lo que existe para mí,
el arpón que atrapa fraudes por el mundo:
su iniquidad en la tormenta realidad.
Y seguía al hermanito que jugaba,
que buscaba ensimismado y se fue
como escualo solitario y marejada
de su razón entre las nubes, tiburón.
Tú, diamante, ser oculto prodigioso,
que nos fue quemando a diario, sólo tú,
tan a prisa nos alcanzas lentamente,
vida rémora fluctuante y sin nadar.
Todo quiere ser entonces una fiebre,
una alegre pero pálida función,
que remite a la retina de las causas
su imperiosa luz perpetua y veleidad.
Vida ajena que se nutre de nosotros,
de noción, de suavidad, de temporal,
porque nada es como todo finalmente,
porque todo es mi rutina y mi ficción.