30 de septiembre de 2009

DCXVI.- La encomienda


Un día conocí a Su Majestad el Color Naranja,
abrí remedos pálidos del aire y vi que Dios
tenía reservadas para mí sus abundancias:
¡Qué rápido se ha vuelto en alegría mi dolor!

Resulta que el cartero desconoce la importancia
de ciertas fabulosas remisiones porque son
en él solo envoltorios y destinos que la agencia
confía a su equipaje sin estima ni valor.

Pero hoy yo recibí la primorosa luz de estampas,
sentí que un halo cándido de miel me subyugó.
Envió mi delicada Sinforosa lo que canta
magnifico allí dentro de su noble corazón.

24 de septiembre de 2009

DCXV.- Migo


Sólo digo que conmigo
vamos juntos de la mano:
toda tímida invisible,
pero yo te puedo ver.

Porque llevas tu bufanda
de camélido naranja,
dos zapatos casi negros
y cambiamos de pie.

Cuando compro dos helados
en 21 de Mayo,
o nos ponen dos cubiertos,
cuando voy a comer.

Y si apago dos cigarros
cuando tengo mucho frío,
tú te duermes a mi lado
con el mismo placer.

Siempre vamos casi juntos,
porque somos dos amigos.
Dicen que ando siempre solo,
pero yo te puedo ver.

22 de septiembre de 2009

DCXIV.- La Tercera Cuerda


Seguramente nos iremos
cada uno acercando,
entregados a la aurora
maravilla inexorable.

Reteniendo la emoción
en nuestros labios,
y esperando que sea el alma
la que hable.

Necesito urgentemente
coincidir contigo,
dedicarme por entero
a tu existencia feliz.

Imitando con mi vida
la del Máximo Amigo,
Poderoso y Amoroso,
para ser tu Cuculí.

Tú conmigo y yo dichoso,
con la Cuerda Mayor.
Yo contigo y tú en el gozo
de la Fuerza de Dios.

14 de septiembre de 2009

DCXIII.- La alegría linda del último vals


¿Cuándo colgaremos
el indio atrapasueños?
¿Y cómo irán mejor
las verdes caracolas?

¿Seguro habrás traído
tu traje de muñeca?
¿O lo he dejado allí
en esa caja vieja?

¿De qué color el cielo?
¿Y cuantas copas rojas?
¿Y todas las macetas
en dónde las pondremos?

La cama irá perfecta
cubierta de algodones,
y al patio los columpios
y al aire nuestras flores..

13 de septiembre de 2009

DCXII.- Desperté


Era yo.

Siempre supe que había sido yo, apenas me llamaron.

Cerca de la playa, en el subterráneo de un hotel junto a la playa, acaso en Viña del Mar o Concepción, habíase reunido un inmenso tropel de gente demasiado curiosa.

No sé por qué razón me necesitaban para el rescate de unos pescadores que habían sido arrojados durante la noche entre los roqueríos. Como investigador de turno, debía ir hasta allá para cubrir el operativo.
Pero tenía un drama: hacía varios años había dado muerte a un hombre y una mujer en ese mismo lugar. Como un psicópata, los había descuartizado y cubierto con papel celofán, y hecho marcas y dejado huellas en la piel de cada uno. Los había dejado enterrados allí y nadie nunca lo supo. La mujer había sido mi cómplice en una clase de estafa, una rara estafa. Habíamos, entre los dos, engañado al registro civil y dádola por muerta para cobrar no sé qué seguro o pensión o herencia.

El otro tipo era simplemente un transeúnte, un pobre imbécil que quiso defender a la mujer. El caso es que los maté a los dos y los dejé enterrados en sórdidas condiciones.

Yo sabía que si la policía o los bomberos se ponían a buscar allí, hallarían seguramente los cadáveres. Estaba nervioso; con una paranoia horrible, porque siempre supe que había sido yo, apenas me llamaron.

Y era yo ahora el que debía dirigir las investigaciones. Había prensa, mucha gente, amigos, colegas, todo un espectáculo junto a la playa, bajo ese hermoso hotel.

Finalmente encontraron los dos cadáveres y, en la espalda de cada uno, pliegues de celofán con huellas dactilares.

“Don Pedro”, dijo el capitán de la policía. “Tenemos 76% de posibilidades de descifrar estas huellas”.

Yo sudaba mirando la pantalla, donde aparecían millones de rostros por segundo que gritaban en silencio su nombre de sorda pesadilla, durante la búsqueda del perfil que coincidiera con la huellas.

Estaba desesperado porque debía aparecer mi cara en cualquier momento, así que tomé mi abrigo, encendí el último Nanotek que me quedaba y me fui, en silencio, a caminar por la playa. "¡Don Pedro! ¡Don Pedro! ¡Aquí aparece un rostro!"

Pero desperté.

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