MCLXXXVIII.- Sexorcismo

 

 

 

 

 

Un abrazo de sonido para ti,
un amigo de color en el recuerdo
de aquella hermosa caminata por la arena
en la caleta El Membrillo.

Nuestra forma de hablar, de ir vinculándose,
y de saber que no existe el silencio,
sino un suave sonido
de ropas entrellándose.

MCLXXXVII.- Contigo

El Universo está pendiente
conmigo de ti,
su flor amalgamada y mi mente,
la tímida pulsión de sentir,
y tu mirada,
la quieta mirada,
tus párpados, tu frente,
tu vientre de rubí.

El Universo está pendiente
conmigo de ti.

MCLXXXVI.- Baboso

 

Me lleno de temor,
a veces tan a menudo:
me abruma una pulsión
de incertidumbre,
que suele dar quejidos
apagados, roncos
en el fondo de mí
tercorazonada pasión.

No sé por qué
de pronto está ocurriendo,
que la dicha innumerable
de tu amor sagrá-
-doliente me parece
tan lejana y se congela,
se esfuma, se consume
y no la puedo retener.

Y yo que me creía
el más seguro de los hombres,
el mástil en que todas
las banderas del honor
se izaban en recuerdo
de mi Fátima certeza,
y veo que no hay más
que de amargura, comezón.

Ay, cómo quisiera
que mis cuitas se quedasen
ocultas en el hondo
laberinto de la voz,
que nada se supiera,
que todo se durmiese,
mas tengo que decirlo
porque duele el corazón.

¡Amiga, no me dejas de amar!
¡Amor, que no se muera tu dulzura!
Mi flor, mi compañera
mi ternura, mi color,
que dulce me ha parido
aquella vida que yo era,
febril me ha dado todo
y por entero, por favor.

MCLXXXV.- La vida es una minga

Salgo de la escuela y te veo entrar,
miro hacia la puerta y tu también.
Voy por calle Freire hasta el Metro Val,
y estás en la fila esperando.

En Francia con Victoria
hay una casa que
arriendan a estudiantes
de obstetricia.

Miro a la ventana
y estás tú también
fumando y oyendo
de la Ausencia y de ti.

Nunca te vas que de mis sueños
mariposa, no te arrancas nunca,
y siempre que me encuentras
te encuentro feliz.

Como debe ser por cierto la felicidad
en los sueños que la vida pinta,
que uno siente la llegada
de un espíritu y el sol
nos recuerda que tenemos que vivir.

MCLXXXIV.- Mira cómo cambian los colores

 

Hay fascinación aún
entre las viejas bicicletas apiladas,
y los ángulos de hierro que, olvidados
y oxidados, se llevan en las manos
el legado abandonado del tiempo,
los hurtos de una fauna
que no quiere averiguarnos,
ni vendran a acompañarnos
una tarde al cementerio,
con el viento empedernido
de otro siglo que se fue
o la humilde rata tuerta
con un queso en la garganta,
y todos los veranos
que nos quedan por vivir.