Qué designio extraño
me ha apartado sin razón
del fuego que sonríe
en la palma de sus manos
y el cielo que en la dicha
columpiaba con las mías,
que el alma se me aprieta
en recoletas de dolor.
La fábula se esconde
tras un velo de codicia,
la flor del paraíso
se marchita a mi pesar,
la luna que en su cama
yo velaba, se oscurece
y lejos, ya tan lejos
oro y ruego por su voz.
Yo quiero ver corriendo
su rotunda carcajada,
volar y palpitar
el mundo sol y candoroso,
que un día caminamos,
encumbramos, celebramos,
y soñamos, y palpamos
el amor que atesoré.
Y el prado amado ajado
por el cieno del rencor
descansa allí en el nicho
de mi incienso corazón,
dormido en la esperanza
de latir, recuperar,
soñar, resucitar
y ser de nuevo volantín.
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