La vida se nos hace muchas veces tan incómoda.
Tener que estar lidiando con zapatos y pijamas.
Querer a esos extraños que se llaman semejantes.
Beber el trago amargo del amor correspondido.
Vivir es una pausa en el placer de la derrota.
Un blanco amanecer interminable frente a todo.
La nausea de saber la amarga angustia del cariño.
Querer por un instante la perfecta perfección.
Y cuánto yo daria por la flor de equivocarme.
Anclar en la laguna insoportable del defecto.
Subir el Himalaya inalcanzable en que parimos.
Y ser por una vez tan solo eso. Ser humano.
Vivir en la nostalgia inigualable de perdernos.
Roer la tabla mustia del sopor indescriptible.
Herir, calar, mentir, talar, hollar y hallar enfermos.
Y echarnos al abismo sin destino del ocaso.
Vivir es la condena que heredamos del tormento.
Bañarse y vestirse y subirse al colectivo.
Moverse entre la masa cuneiforme de las cosas.
Y un día sin quererlo despertar frente a la playa.
Vivir no tiene mucha diferencia con la muerte.
La misma llamarada nos inflama, el mismo tunel.
Un ígneo palpitar se lleva en andas a la aurora.
Y todo da comienzo nuevamente al terminar.
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